"Entre Cielo y Tierra"
Was der Alten Gesang von Kindern Gottes geweissagt,
Siehe! wir sind es, wir; Frucht von Hesperien ists!
Wunderbar und genau ists als an Menschen erfüllet,
Glaube, wer es geprüft! aber so vieles geschieht,
Keines wirket, denn wir sind herzlos, Schatten, bis unser
Vater Aether erkannt jeden und allen gehört.
Aber indessen kommt als Fakelschwinger des Höchsten
Sohn, der Syrier, unter die Schatten herab.
Seelige Weise sehns; ein Lächeln aus der gefangnen
Seele leuchtet, dem Licht thauet ihr Auge noch auf.
Sanfter träumet und schläft in Armen der Erde der Titan,
Selbst der neidische, selbst Cerberus trinket und schläft.
Hölderlin, Brot und Wein
("Lo que el canto de los antepasados predijo de los hijos del Dios,
¡Mira! Nosotros somos, nosotros; ¡es fruto de las Hespérides!
Maravillosa y exactamente se ha cumplido en los hombres,
¡Crea el que lo haya comprobado! Pero tantas cosas suceden,
Ninguna produce efecto, pues somos sin corazón, sombras, hasta que nuestro
Padre Éter haya sido reconocido por cada uno de nosotros y escuchado por todos.
Pero entre tanto viene blandiendo la antorcha del Altísimo
El Hijo, el Sirio, que desciende a las sombras.
Los bienaventurados lo ven; una sonrisa brilla desde la encarcelada
Alma, su ojo se abre todavía a la luz.
Serenamente sueña y duerme en los brazos de la tierra el Titán,
Aún el envidioso, aún Cerbero bebe y duerme.")
Este blog se concibe con el fin de promover un espacio de diálogo y encuentro, más allá, y con independencia, de opciones ideológicas, religiosas o políticas, siempre que éstas no se dirigan expresamente a la destrucción, la de-valuación sistemática o la indignificación de la persona humana.
El objetivo es manifestar, crítica y/o apologéticamente, criterios, ideas, utopías y proyectos en torno a la condición existenciaria propia del ser humano, y de todo el orden temático que de ello deriva, el cual, naturalmente, abarca todo el horizonte de la vida, la acción y el pensar humanos.
Desde la reflexión científica, la indagación filosófica, la proposición teológica, la postura política e ideológica, hasta la más espontánea expresión de la propia experiencia de "ser en el mundo"...toda esta riqueza intrínseca a la dimensión ontológica de la persona humana, constituye un contenido potencial de este blog.
El pensar: crítico y libre.
El criterio: respetuoso y personal.
La verdad: un espacio de experiencia y un camino entre "cielo y tierra", porque entre el origen (que es destino) y el destino (que es origen) habita el hombre, expuesto a sí mismo como duda, como contradicción, como terrenalidad y trascendencia. Se trata de dos dimensiones que constituyen una esencia; dos momentos que se manifiestan, sin embargo, en una prístina unidad. Sólo desde esta dimensión "entre cielo y tierra", consciente de sí a través de la mirada de Dios, puede el hombre comprender, en auténtica profundidad y sentido, su propia existencia.
Siehe! wir sind es, wir; Frucht von Hesperien ists!
Wunderbar und genau ists als an Menschen erfüllet,
Glaube, wer es geprüft! aber so vieles geschieht,
Keines wirket, denn wir sind herzlos, Schatten, bis unser
Vater Aether erkannt jeden und allen gehört.
Aber indessen kommt als Fakelschwinger des Höchsten
Sohn, der Syrier, unter die Schatten herab.
Seelige Weise sehns; ein Lächeln aus der gefangnen
Seele leuchtet, dem Licht thauet ihr Auge noch auf.
Sanfter träumet und schläft in Armen der Erde der Titan,
Selbst der neidische, selbst Cerberus trinket und schläft.
Hölderlin, Brot und Wein
("Lo que el canto de los antepasados predijo de los hijos del Dios,
¡Mira! Nosotros somos, nosotros; ¡es fruto de las Hespérides!
Maravillosa y exactamente se ha cumplido en los hombres,
¡Crea el que lo haya comprobado! Pero tantas cosas suceden,
Ninguna produce efecto, pues somos sin corazón, sombras, hasta que nuestro
Padre Éter haya sido reconocido por cada uno de nosotros y escuchado por todos.
Pero entre tanto viene blandiendo la antorcha del Altísimo
El Hijo, el Sirio, que desciende a las sombras.
Los bienaventurados lo ven; una sonrisa brilla desde la encarcelada
Alma, su ojo se abre todavía a la luz.
Serenamente sueña y duerme en los brazos de la tierra el Titán,
Aún el envidioso, aún Cerbero bebe y duerme.")
Este blog se concibe con el fin de promover un espacio de diálogo y encuentro, más allá, y con independencia, de opciones ideológicas, religiosas o políticas, siempre que éstas no se dirigan expresamente a la destrucción, la de-valuación sistemática o la indignificación de la persona humana.
El objetivo es manifestar, crítica y/o apologéticamente, criterios, ideas, utopías y proyectos en torno a la condición existenciaria propia del ser humano, y de todo el orden temático que de ello deriva, el cual, naturalmente, abarca todo el horizonte de la vida, la acción y el pensar humanos.
Desde la reflexión científica, la indagación filosófica, la proposición teológica, la postura política e ideológica, hasta la más espontánea expresión de la propia experiencia de "ser en el mundo"...toda esta riqueza intrínseca a la dimensión ontológica de la persona humana, constituye un contenido potencial de este blog.
El pensar: crítico y libre.
El criterio: respetuoso y personal.
La verdad: un espacio de experiencia y un camino entre "cielo y tierra", porque entre el origen (que es destino) y el destino (que es origen) habita el hombre, expuesto a sí mismo como duda, como contradicción, como terrenalidad y trascendencia. Se trata de dos dimensiones que constituyen una esencia; dos momentos que se manifiestan, sin embargo, en una prístina unidad. Sólo desde esta dimensión "entre cielo y tierra", consciente de sí a través de la mirada de Dios, puede el hombre comprender, en auténtica profundidad y sentido, su propia existencia.
sábado, 27 de agosto de 2011
CONTRIBUCIÓN DE LA CONCEPCIÓN ESPIRITUAL ORTODOXA A LA COMPRENSIÓN Y PERFECCIONAMIENTO PRÁCTICO-METODOLÓGICO DE LAS CIENCIAS PSICOLÓGICAS HOY
CONTRIBUCIÓN DE LA CONCEPCIÓN ESPIRITUAL ORTODOXA A LA COMPRENSIÓN Y PERFECCIONAMIENTO PRÁCTICO-METODOLÓGICO DE LAS CIENCIAS PSICOLÓGICAS
El objetivo de esta exposición es mostrar la concepción de la Iglesia Ortodoxa respecto al hecho de la psicopatía en general, y en específico al origen ontológico de la misma en vinculación con los actos libres del ser humano y al resultado de dichos actos, así como al modo en que esta concepción puede ser asumida por los saberes psicológicos. Con ello se busca contribuir a la recta comprensión, por parte de estos saberes, de su objeto de estudio y praxis (el ser humano) así como a su perfeccionamiento terapéutico-metodológico como instrumento de curación psico-somático y espiritual.
Debe naturalmente quedar claro en nuestra exposición, cómo y porqué la praxis espiritual que propone la Iglesia Ortodoxa -a partir de su interpretación de la enfermedad en general, de toda forma de psicopatía, y de la imbricación de las mismas con el estado de alejamiento y negación de Dios que llamamos “pecado”-, es capaz producir una curación radical de estos males.
Para ello debe entenderse en primer lugar, que la espiritualidad ortodoxa en esencialmente “mística”, en el sentido de que concibe que la Verdad no es sólo un concepto, sino un Ser trascendente que vive y da vida, al que llamamos Dios, y que toda verdadera curación tanto física como espiritual consiste en la desaparición de la muerte, o mejor, de toda “posibilidad” de muerte, y por ello depende por completo del grado de unión en que se encuentre el ser humano con la fuente de la vida, con el Creador de su propio ser, que se presenta además como destinación última de su existencia.
Lo anterior determina que, para vivenciar la plena curación psico-somática debe el ser humano alcanzar, a través de la Gracia de Dios vinculada a su propio esfuerzo personal, el estado espiritual y físico que la Iglesia denomina “deificación”, que no es sino la total participación de la persona en las “energías u operaciones increadas” de Dios, en la Persona de Cristo como “Θεάνθρωπος”, o sea, Dios y Hombre verdadero. Participación ésta que se alcanza no por la sola voluntad del ser humano, sino primordialmente por la re-integración de lo humano y lo divino que se opera en la encarnación del Logos de Dios, y por el efecto trascendental de la resurrección de la persona de Cristo.
Por ello, para cumplir el objetivo de nuestra charla, debemos referirnos de manera breve al elemento de lo místico en la tradición espiritual Ortodoxa.
A primera vista, parecería que no habría espacio para la vocación mística de la Ortodoxa en un mundo caracterizado por la cientificidad y la racionalidad de la cibernética y la tecnología, pero, por el contrario, esa misma realidad predispone a la cultura de Occidente a aceptar de manera especial la altitud espiritual y la profunda y “refinada” antropología propia de la Doctrina ortodoxa.
La teología mística ortodoxa tiene carácter “apofático”, ello es, se acerca a la Esencia de lo que es a través de formulaciones “negativas”, destacando los elementos que distinguen y diferencian esa Realidad del fenómeno y la condición humana, y también naturalmente del resto de lo entes. Aunque resulta obvio que esta visión hunde sus raíces en el Evangelio de San Juan, en las Epístolas de San Pablo, en el Apocalipsis de San Juan, y en el pensamiento de Padres como San Clemente de Alejandría, etc., una teología propia y sistemáticamente mística no aparece sino hasta el siglo IV en la obra de San Dionisio Areopagita, el cual, partiendo sin dudas de fundamentos neoplatónicos correcta y plenamente cristianizados, ya presentes en pensadores como Ammonio Sakas (209 D.C), Plotino (205-270 D.C.) y Porfirio (232-301 D.C.), entre otros, desarrolla hasta sus máximas consecuencias esta experiencia.
La concepción de los Padres de la Iglesia respecto a la absoluta Trascendencia de Dios y su esencial incognoscibilidad e inescrutabilidad por parte de la experiencia y la mente humanas, y en la concepción de la diferencia entre la “Esencia” y las “Operaciones” de Dios.
Es por ello que los Padres acentúan que Dios Padre es omnipresente sólo según su operación, no según su esencia…así como Cristo es omnipresente como Logos según su operación, está sin embargo ausente como Logos según su esencia. La naturaleza humana de Cristo por el contrario es omnipresente según su esencia…La unidad con el Misterio no significa que el Misterio queda abolido. El Misterio permanece. El ser humano unido con el Misterio de la Santa Trinidad está unido con Alguien, el cual se escapa de todos los conceptos de los hombres…Todos los nombre de Dios en las Sagradas Escrituras son tomados de la experiencia humana. Todos son nombres descriptivos. Sin embargo, cuando alguien accede a la experiencia de la deificación, da testimonio de que Dios es anónimo…pues Dios no se parece a nada conocido por el ser humano…Para San Gregorio de Nisa, cada definición que se refiere a Dios constituye una semejanza, una imagen engañosa, un ídolo…No existe en lo absoluto nombre alguno para expresar la naturaleza Divina- se trata del asombro que domina el alma fundada en la fe, cuando medita acerca de Dios…y Dionisio Areopagita por su parte sentencia que la Causa perfecta y unívoca de todas las cosas trasciende toda definición y toda sustracción y exaltación de Aquéllo que simplemente se ha liberado de todas las cosas, que trasciende todas las cosas.”
NOCIÓN ORTODOXA DE LA “PSICOPATOLOGÍA”.
¿QUIÉN ES UN PISCÓPATA?
Podemos ahora exponer la enseñanza ortodoxa respecto al hecho de lo “psicopático” (de toda forma en general de enfermedad del espíritu) en el ser humano.
Psicopatía, en la perspectiva de los Padres de la Iglesia, resume sin dudas, en primer lugar, toda forma de desequilibrio agudo experimentado en ese espacio complejo y misterioso de constituyen la “mente” y el “corazón” humanos, en su dimensión amplia de interacción de estado intelectuales, afectivos, emocionales, aprendidos e instintivos, vinculados al lenguaje y a la conformación de la autoconciencia y de esa “autorrefencia dinámica” que llamamos “personalidad”. Pero, por otra parte, en un sentido mucho más abarcador, los Padres reconocen que toda “enfermedad” de espíritu es una psicopatía. Se refieren entonces al estado “habitual” del ser humano que se piensa a sí mismo de manera incorrecta, según un “sí mismo” que él no es, creyendo ser una persona que niega en realidad lo que en esencia el ser humano ontológicamente es.
Según el poeta Píndaro, el ser humano debe llegar a ser “lo que siempre ha sido”. Ello da la medida de que hay algo que el ser humano es en esencia pero que no se manifiesta, al menos no de manera absoluta y permanente, en su existencia.
Se trata del estado “normal” del ser humano, según el cual existe un desorden persistente entre las potencias espirituales y psico-somáticas, el cual conduce inevitablemente al estado que suele llamarse “enfermedad”, o sea, a la negación del telos divino del cuerpo y del espíritu, orientado a la “salus”, o sea, a la “salvación”, a la vida plena, a la armonía total del ser humano consigo mismo, con la Creación, y, naturalmente, con el Creador de todos las cosas. De esta manera, todo ser humano, después de la caída que trajo consigo el “pecado de nuestros padres”, está esencialmente afectado por este desequilibrio, por lo cual puede ser considerado un “psicópata”, o sea, un ser “enfermo del alma”, con el “alma” en estado de relativa pasividad, sometido al resultado de este desorden, que los Padres de la Iglesia llaman “pasiones”. Las “pasiones” son los estados contrarios al “ethos” propio del espíritu humano, llegar a vivir una vida plena en Dios, y a la libertad orientada hacia esta suprema realización. Por tanto, “pasión” en general es aquél hecho que conduce a la negación de Dios, a la imposibilidad de que en el ser humano llegue a hacerse realidad plena la unión con su Creador, unión a la que está llamado por naturaleza (katav fuvsin), la cual constituye su “vocación” trascendental.
Según la Ortodoxia, el fin esencial de la Iglesia es la restauración del ser humano y en general de la Creación, corrompidos por el ejercicio humano del pecado. Al respecto afirman los Padres que: “El objetivo de la Iglesia es la salvación del género humano, y la fundación del Reino de los Cielos sobre la tierra...purificando al hombre viejo del estado del pecado y renovándolo a imagen de su Creador por la gracia del Espíritu Santo.” El ser humano fue creado como centro de la Creación: “Sed fecundos y multiplicaos, y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y las aves de cielo, y en todo animal que repta sobre la tierra”.
El misterio esencial del ser humano es el haber sido creado a “imagen y semejanza de Dios”. Y aquí se transparenta el elemento angular que explica la existencia del mal en la creación de Dios, y arroja luz sobre la condición humana actual, sobre la enfermedad, y sobre sus posibilidades escatológicas. Nos referimos a la libertad. El ser humano fue creado en libertad, o sea con la capacidad de aceptar o negar la relación íntima con su Creador, y sobre todo, con la capacidad de autodefinirse a través de la mirada de Dios o a través de su propia razón y su propia dimensión independiente de Dios. Dios hace un mandamiento al ser humano: “...del árbol de la ciencia del Bien y del Mal no comerás” , pero nunca impide que el ser humano ejercite su libre capacidad de elegir, lo cual se expresa en el pasaje de la tentación, que conduce a la caída de Adán, o sea de la humanidad, del estado de unidad con Dios al estado de separación e ignorancia de Dios, y, por tanto, de sí mismo.
En esta caída, el hombre pierde la conciencia de ser imagen de Dios, pierde entonces, de acuerdo con la doctrina de los Padres de la Iglesia, la semejanza con su Creador. “Después de la violación del primer mandamiento de Dios, los primeros padres se vieron privados de su inocencia, y se convirtieron en pecadores y mortales...De esta manera, a través de los primeros padres de la humanidad el pecado entró en el mundo, y a través del pecado la muerte, y así la muerte le sobrevino a todos los hombres, en tanto que todos hemos pecado.” Queda claro pues que para la Ortodoxia ésta y no otra es la raíz de toda forma de psicopatía. De hecho, el estado de existir en estado de inconciencia respecto de su esencial “ser a imagen de Dios”, constituye en sí mismo una “enfermedad” mental, una psicopatía.
Sabemos que existen escuelas psicológicas para las cuales la creencia en Dios es en sí mismo una “neurosis”. El hombre religioso sería entonces una especie de “esquizofrénco”, escuchando “la voz (supuestamente inexistente) de Dios, incapaz de diferenciar su “ser-sin-Dios” de su propia fantasía que lo conduce a concebir lo inexistente. Pero, además, el hombre creyente sería también una especie de “paranoico”, “viendo” y reconociendo la “presencia” de Dios en todas partes, y, pero aún, “temiendo” y “amando” esta presencia, temeroso de su juicio, y en espera de un encuentro personal con lo que, supuestamente, ni siquiera posee existencia impersonal.
Sin embargo, desde la perspectiva de la Ortodoxia, la verdadera “neurosis” consiste en concebir la existencia sin Dios, en afirmar la inexistencia de Aquello que constituye la causa de todo lo que es, en afirmar el origen “natural”, bioquímico, de la vida y en especial del ser humano, en asumir que el origen de la consciencia es lo “inconciente”, y que la fuente de la existencia personal es el ser “impersonal”. La verdadera psicopatía del ser humano sería entonces vivir esclavo de la ignorancia de sí mismo como “ser a imagen y semejanza de Dios”, y vivir en consecuencia una vida “ficticia”, imaginaria y fantasiosa en la medida en que tiene un falso sentido de sí, una autoconciencia fundada en la ignorancia de sí, en la pura fantasía de su mente creativa, pero ignorante.
Éste es además el “estado de muerte” de acuerdo a la antropología ortodoxa, ello es, el estado de “olvido de Dios y de sí mismo” que padece el ser humano, el cual trajo consecuencias cósmicas, que se reflejan también en la inestabilidad psico-somática del hombre, y en la aparición de todo tipo de enfermedades del cuerpo y del alma, todas con un origen común: el olvido de Dios, el pecado.
Ciertamente, en su epístola a los Romanos, San Pablo dice: “...por el pecado la muerte...reinó la muerte desde Adán hasta Moisés aún sobre aquellos que no pecaron con una trasgresión semejante a la de Adán, el cual es figura el que ha de venir.” Desde este instante, la naturaleza humana quedó enajenada de su propia esencia, y sólo por medio de la acción salvífica de Dios podía ser restaurada y plenificada la antigua condición humana, porque “el hombre no puede salvarse a sí mismo” .
Era necesario un proceso de purificación y restauración a imagen del Creador, desplegado durante siglos, que constituye la Historia de la salvación, y que, después de instituida la Iglesia por Cristo, puede llevarse a cabo hasta su plenitud por la gracia del Espíritu Santo. Este estado último a que está llamado el hombre por Dios, en el cual llega a ser totalmente “imagen y semejanza de Cristo”, se llama en la Ortodoxia “deificación”, del griego θέωσις, “théosis”.
San Atanasio el Grande afirma que: “Dios se hizo hombre para que el hombre se haga dios”. El fundamento de la deificación, sólidamente arraigado en la experiencia ascética de los ortodoxos a través de su historia, está bíblicamente sustentado en muchos pasajes, de entre los cuales resaltan la referencia del apóstol San Pablo a los Corintios: “Mas todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos: así es que actúa el Señor, que es Espíritu.” , y la afirmación del apóstol a los Filipenses: “Pero nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesús Cristo, el cual trasfigurará nuestro pobre cuerpo a imagen de su cuerpo glorioso, en virtud del poder que tiene de someter a sí todas las cosas.”
Esta obra soteriológica es llevada a cabo por la Iglesia a través de la predicación de la Palabra de Dios y, esencialmente, renovando al ser humano a través de los Misterios sacramentales y de la Eucaristía como centro absoluto de la vida mistérica de la Iglesia, realizada en el ejercicio mistagógico de la Divina Liturgia y de los diferentes servicios.
A partir de lo anterior, se genera una interpretación de la enfermedad que toma en cuenta dos elementos: el negativo y el positivo. Por un lado, la enfermedad es signo visible del pecado, de la negación de Dios y de la transformación que ello produce en el orden del cosmos, del ser material. Actualmente, ningún científico serio se atrevería a negar la existencia de los procesos de “somatización”, en que una determinada enfermedad psíquica se “refleja” en el orden somático produciendo una enfermedad también a este nivel orgánico. Por otro lado, la enfermedad, vivida a través de la experiencia de la fe, se convierte en un camino de salvación y curación, se re-semantiza y pasa a ser también signo de la resurrección, de la salud-salvación que todos esperamos de Cristo nuestro Señor. Son muchos los casos de grandes santos de nuestra Iglesia que supieron usar su terrible enfermedad como “rampa espiritual” para alcanzar los más altos estados de la santidad.
Esta peculiar interpretación de la Iglesia Ortodoxa frente al hecho, en su origen negativo y producto de la acción pecaminosa, de la enfermedad en el mundo, se ve brillantemente sintetizada en este pensamiento del arzobispo ruso Alejandro (Tolstopiatov), en la que éste afirma: “Sanando a los enfermos, el Señor, agregando, decía: Se te perdonan tus pecados. (…) Las enfermedades redimen a nuestros pecados. Si un hombre tiene conciencia, y nunca olvida, que en su vida todo se produce por la voluntad Divina, entonces todos los fracasos y dificultades los sobrelleva fácilmente, entendiendo que todo es enviado por el Señor para nuestro beneficio y expiación de los pecados; y por eso conserva siempre la tranquilidad de espíritu y la jovialidad.”
ACERCA DEL CÓMO ALCANZAR LA RADICAL CURACIÓN DE LO PSICOPÁTICO EN EL SER HUMANO.
El obispo ruso Ambrosio (Klucharev) expone un pensamiento vinculado al desarrollo psico-espiritual del niño, y se refiere a la esencial influencia benéfica que tiene sobre el pequeño su cercanía a la Gracia de Dios en la presencia de los Misterios Sacramentales de la Iglesia, y de cómo la ausencia prolongada de esta Gracia puede convertirse en causa de neurosis, inclinaciones nocivas que afectarán su desenvolvimiento espiritual y afectivo-emocional, y sobre un agravamiento de la situación propiamente humana consistente en la “insubordinación” de las potencias psico-emotivas y afectivas a la razón (espiritual, no simplemente “lógica”) y la conciencia interior en que se manifiesta la Voluntad de Dios.
El Obispo afirma: “De esta influencia benéfica y la misma Gracia Divina privan los padres a sus hijos si no los llevan al templo y lo privan de la Sagrada Comunión ya desde la edad temprana. El vano argumento de tales padres es que los pequeños nada entienden. Los niños sin analizar con la mente reciben la sagrada influencia, así se educa el espíritu, el sentido religioso, que es propulsor principal de la vida cristiana. Sin esto el niño después tendrá su corazón sordo a las impresiones espirituales.”
Se trata de un proceso de desarrollo psico-intelectual y afectivo-espiritual que se conforma desde los primeros encuentros del niño con lo sagrado, en un primer momento a través del orden de lo “sensorial”, en el uso de los cinco sentidos, en la percepción de los colores de los iconos, de las figuras resplandecientes en felicidad, beatitud, paz y amor, en la música como perfecto equilibrio de gozo interior y contención emotiva, en la armonía arquitectónica de los templos, con su combinación de elementos fitomórficos asociados a la presencia de la figura de los santos, de la Madre de Dios, de Cristo, como profecía de la restauración universal que habrá de acaecer como corolario de la “economía soteriológica” de Dios, en la que todas las fuerzas ahora opuestas en el seno mismo de la Creación y del alma humana alcanzarán su plena y definitiva armonía, en total reconciliación como miembros del Cuerpo de Cristo, según la profecía de Isaías, que anuncia que “el lobo dormirá con el cordero, el niño jugará con la serpiente, y se hará de las lanzas azadones”, porque el Señor de la historia ya habrá puesto todas las cosas a los pies del Padre, de acuerdo al sentido escatológico de San Pablo: “Cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquél que ha sometido él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos.”
Resulta difícil para cualquier escuela psicológica aportar una definición clara y precisa de qué sea el orden de “sanidad” o “normalidad psicológica” en el ser humano, pero si en algo la mayoría de estas Escuelas parecen coincidir, es en el hecho de que un estado de “normalidad” psicológica presupone la existencia de un equilibrio mínimo entre los órdenes de lo “real”, “lo personal”, lo “comunitario”, y todo ello en cierta subordinación, o, al menos, en el estado mínimo de contradicción posible con la razón y la percepción espiritual de la persona, en la dimensión de la fe y la noción de “perfección” que ésta conciba para sí misma y para el género humano en general.
En otras palabras, y en especial en las personas que profesan una fe religiosa, la sanidad psicológica debe estar necesariamente en armonía con la “sanidad” espiritual y los ideales religiosos profesados. La Doctrina ortodoxa propone un ideal antropológico que sintetiza además una perspectiva de armonía total que presupone la sanación y superación de cualquier forma de neurosis, psicosis o afección de tipo psicológico, en tanto que, según refiere San Pablo, en la práctica espiritual orientada por la fe en Cristo y cultivada en la vida mistérico-sacramental, llegamos a ser: “espejos de la gloria del Señor, transformados en esa misma imagen cada vez más gloriosos” . Cuando se alcanza la deificación, desaparece todo vestigio de “inconciente” o “subconsciente”, desaparece toda forma de miedo, de culpabilidad o de “complejos”, y el lenguaje mismo aparece como una “apertura sacra” de lo divino en el mundo, superándose entonces toda contradicción entre “realidad” y “lenguaje”, entre “mundo” y “representación”, entre “objetividad” y “subjetividad”, porque llega a ser Dios “todo en todas las cosas”.
La Ortodoxia es depositaria de una vasta experiencia de práctica espiritual que debe conducir, a partir del esfuerzo propio de la persona, sustentado en la gracia de Dios, a la experiencia de la curación total y permanente, ello es, a la deificación.
Dado el espacio limitado con que ahora contamos, nos referiremos más explícitamente sólo a la primera de estas tres de estas vías de santificación: la Oración de Jesús, los Misterios Sacramentales, y el ejercicio del amor y las buenas obras a favor del prójimo.
Con el fin de penetrar más hondamente en la vida de oración y alcanzar la restauración total de la persona humana “a imagen y semejanza de Dios”, la Tradición Ortodoxa ofrece la Oración de Jesús, la cual es muchas veces llamada “oración del corazón”. La Oración de Jesús, se presenta como medio de concentración espiritual, como un punto focal para nuestra vida interior, pero es mucho más que eso en realidad. A través de la práctica de esta plegaria, el alma se dispone cada vez más profunda y permanente a una apertura que le permite aprehender lo sacro, o, mejor, dejarse inundar por la operación de Dios, por su Amor, su purificación y su iluminación. De esta manera, la “purificación” consiste en la anulación o superación de todas aquéllas tendencias que obnubilaban el corazón espiritual y lo hacen insensible a lo sacro. Al producirse la unión con Cristo, que es el Logos de Dios “por quien tocas las cosas fueron hechas”, se borra el pecado que es la negación de Dios, y se anula así la causa de todo mal y de toda enfermedad. Aquí se produce la “iluminación del corazón”, según la fase de los Santos Padres, que consiste en la capacidad de “escuchar” la Palabra de Dios, de percibir y “entender” en el silencio místico del corazón el Sentido de todas las cosas, en especial de la existencia y la historia humanas, y por consecuencia de “saber” -en la experiencia del autoconocimiento frente al ser de Cristo, de quien somos “imagen y semejanza”-, quiénes somos en realidad, conforme a nuestro origen y nuestro destino trascendental: “les concedió ser hijos de Dios” , afirma el apóstol san Juan.
Aunque existen versiones más largas y más breves de esta oración, la forma más frecuentemente usada de la Oración de Jesús es: “Señor Jesús Cristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí”. Esta oración, en su simplicidad y claridad, se enraíza en las Escrituras y en la vida nueva garantizada por el Espíritu Santo. Es primera y preeminentemente una oración del Espíritu, por el hecho de que la oración se dirige a Jesús como Señor, Cristo e Hijo de Dios; y, como dice San Pablo, “nadie puede decir Jesús es el Señor si no por el Espíritu Santo”.
Respecto a los Misterios Sacramentales, diremos solamente que son siete los que Iglesia Ortodoxa reconoce de manera oficial - y sin dudas un tanto esquemáticas si bien por razones más prácticas que teológicas-, a saber: Bautismo, Crisma, Eucaristía, Arrepentimiento, Sacerdocio, Matrimonio, Santa Unción.
Resulta importante destacar el hecho de que, sin negar que el fundamento de nuestra salvación está en la Gracia de Dios, y, por tanto, en nuestra fe para aceptarla y vivenciarla, la Ortodoxia despliega una amplia praxis en todos los órdenes de la vida humana, teniendo como centro a la persona, y como fin la creación para la misma de las condiciones óptimas que favorezcan su salvación, ello es, su unión plena con Cristo.
Un lugar especial en este sentido lo ocupa el orden Monástico. Los monjes de manera voluntaria “renuncian” a la vida habitual del mundo sin condenarlo, para ofrecer sus vidas a la oración constante y al trabajo, en beneficio de toda la humanidad. Resulta de especial significación el hecho de que en la praxis monástica se conjugan de manera esencial el sentido de la fe, la vida sacramental y la oración como pilares de la vida cristiana, con las obras a favor del prójimo como “imagen viva de Cristo”, mostrándose de esta manera que no hay oposición ni contradicción entre las “obras” y la “fe”, cuando se tiene una recta comprensión de que no es posible reducir a Dios a un “concepto” o una “idea”, y cuando se llega a experimentar el hecho de que la fe y la oración, en unión con los Misterios Sacramentales, conducen al amor, y que de esta condición de amor las obras buenas nacen de manera espontánea, en libertad, por su propia naturaleza, y nunca como “respuesta” a un precepto canónico, jurídico, o a una obligación religiosa, porque es propio de aquél que ama intentar que el prójimo experimente la misma bienaventuranza que él experimenta.
CONCLUSIÓN.
El Cristianismo es sin duda un sistema espiritual de vida, sin que ello implique la negación del cuerpo, la anulación del “ser en el mundo” del hombre, o el descuido de sus necesidades materiales. Más bien, procura colocar cada elemento en su lugar debido, conforme a su vocación “teándrica”, según la cual la Gracia divina no se plenifica en el ser humano si no es a través del propio ejercicio de la libertad humana para aceptar esta Gracia y en el esfuerzo personal para vivir conforme a la Voluntad de Dios. Los progresos científicos y tecnológicos, incluidos naturalmente aquéllos que se dan en el marco de las ciencias médicas, deben ser encauzados adecuadamente con el fin de que por ellos se consiga la curación psico-somática del ser humano, sin que conduzcan a la violencia, a la depauperación de principios morales esenciales, ni a la miseria espiritual, sino más bien a la honda comprensión del “sí mismo” de la persona humana como “imagen de Dios”, a la experiencia de la imposibilidad de que el orden de la ser personal se origine en lo “impersonal”, sino por el contrario de que el ser persona, cuya forma plena de historización se da en la persona de Cristo, es la forma superior posible de todo orden óntico, y a partir de aquí, a la pacífica y rica convivencia universal, y a la instauración del Reino de Dios.
El hombre no es simplemente un “animal evolucionado”, o un “ζώον πολιτικόν” que debe luchar constantemente por la supervivencia. El espíritu del hombre, su habilidad para pensar y su capacidad creativa, indican claramente que se trata de un ser único y superior al resto de las criaturas, en esencia “incomparable” con algún otro ente. El ser humano está llamado a la θέοσις, a la deificación, plenificando con ello su “ser persona” a “imagen y semejanza de Dios”, y ello inevitablemente debe realizarse dentro de un fundamental equilibrio entre lo personal y lo social-comunitario, porque Dios ama al hombre y busca, en retorno, el amor de éste hacia sus semejantes.
La vida cristiana no es meramente una confesión de fe, sino también una experiencia de fe en Dios, obrando a través de los principios del Evangelio, teniendo como finalidad trascendental la deificación del ser humano. Este es el fundamento “místico” de la Fe ortodoxa. El cristiano siente la compañía de la Gracia de Dios especialmente en el gozo de la nueva alianza de Su amor incondicional y esencialmente curativo hacia todos los hombres.
Es por lo anterior que podemos afirmar que la espiritualidad ortodoxa tiene, a partir de sus principios, la posibilidad de plenificar la experiencia científica, en especial en el orden de las ciencias psicológicas, en la medida en que reconoce que:
1- toda enfermedad, tanto física como psico-espiritual, es resultado del alejamiento y la sistemática negación de Dios, o sea, del “pecado”,
2- la curación total de las enfermedades, tanto del cuerpo como de la mente, es imposible sin la restauración del cosmos y del ser mismo del hombre según la Voluntad de Dios, y esta restauración se da de manera plena en la Misterio Eucarístico, que es el Cuerpo de Cristo resucitado y glorificado como primicia para la transformación de la humanidad y de la creación toda,
3- la Iglesia es considerada por los Santos Padres como un “gran hospital”, porque la vida sacramental se entiende como la “curación” esencial de la naturaleza humana, degradada por la acción del “pecado”,
4- sólo a partir de una comprensión “espiritual” y “holística”, esto es “trascendente”, de la persona humana, podrán las ciencias médicas, en especial a las ciencias psicológicas y psiquiátricas, definir proyectos investigativos y estrategias terapéuticas que conduzcan, en el mayor grado posible, a la rehabilitación de la persona humana según su ser a “imagen de Dios”, además de que,
5- esta nueva comprensión permitiría a las ciencias psicológicas, y a la episteme médica en general, aprehender el hecho de que la curación plena del ser humano no está completamente en manos de la ciencia misma, sino que depende del grado de maduración espiritual a que el propio ser humano sea capaz de llegar en su relación con Dios, disponiendo su libertad a la recepción de la Gracia dispensada por Dios a todos los hombres, la cual conduce a la “deificación”, o sea, al estado en que, como refiere un himno de la Iglesia, ya no hay “tristeza, ni enfermedad, ni muerte, sino la vida eterna”.
No es posible concluir sin referirnos al hecho lingüístico -nada casual en especial si se toma en cuenta que “el lenguaje es la casa del Ser” (Martin Heidegger)- de que el término “salud” tenga su origen en la voz latina “salus”, que significa “salvación”.
Padre Atanasio Inti Yanes Fernández
Presbítero, Rafina, Grecia, 23 de octubre de 2009.
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